lunes, 19 de mayo de 2008

Retornar a los días de horas interminables,
en los que no era necesario buscarle sentido
a aquel sabor violeta
de los besos con que tan dulcemente
nos acariciábamos.
Días de sofocante calor
de pronto humedecido
por una tormenta repentina.
Tan repentina como fugaz.
Vigorosa expresión de los elementos
ya olfateada en el aire
antes de su manifestación.
Retornar a esos días
de sabor violeta
en los que sonreíamos
con la ingenua amplitud
con que los niños felices
acostumbran a sonreir.
Porque eramos felices
en nuestra medida escasez.
Y eran perlas entre los dedos
aquellos frutos minúsculos
cuyo sabor violeta pintó para siempre
- porque se puede pintar
para un instante
como para toda la eternidad -
los cielos en que desde entonces
acomodamos los ojos.

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