sábado, 4 de octubre de 2008

Avanzamos.
Uno frente al otro.
Avanzamos.
Hasta encontrarnos.
Hasta que los brazos abiertos
se cierran en torno
a los cuerpos ofertados.
Nos apretamos fuerte.
Nos sentimos.
Es maravilloso estar así.
Quietos.
Cobijados en el abrazo.
Recreándonos en cada pálpito.
En cada sensación.
Mejilla contra mejilla.
Aspirándonos los aromas.
La nariz dilatada
para llenarse del otro.
Mejilla contra mejilla.
Deslizándose.
Los alientos se acarician.
Se enredan.
Los labios tiemblan.
El deseo
es una marea imparable.
Lo sabemos.
Y no hacemos nada
por evitarlo.
Nada que calme
esta sed del otro.
Ni nada que nos empuje
a bebernos el alma
a borbotones en las bocas.

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