sábado, 20 de septiembre de 2008

Detenido el tiempo,
sin demasiada brusquedad,
pero inmóvil,
surge -de quién sabe
qué bosques profundos-
un coro terrible
de ecos que se multiplican
por los desolados cañones de la mente.
Grotesco carnaval donde manifestarse
los ocultos fantasmas del miedo,
con la serpiente del deseo
enroscada a su ausencia de piernas.
Ávida lengua bífida
en busca del sexo de los elementos
y las estaciones.
El gris del viento precipitándose
sobre el amarillo de las hojas
hasta el ocre total.
Los cuerpos entonces
brotan desde desconocidos surcos.
Se estiran hacia el vacío
de besos sin boca.
Se agitan como rotas marionetas
empujadas por la invisible tangencia
de un aliento a ráfagas.
Todo se transforma
en este detenido espacio.
Y surgen los cuchillos
veloces desde el alma.
Y flechas envenenadas
por entre el noser de los instantes.
¡Grita, grita ahora!
¡Oh, insignificante partícula de vida
adherida a la luz del cosmos!
Grita y púdrete
en tu oscuro lecho de lo sido.
Convulsiónate hasta el deshacimiento
de seres y cosas.
Hasta la licuidad total.
Hasta el olvido
permanente de la tangencia.
Agítate en este maremagnum
desentrañable de la existencia.
Sé tu mismo, el de siempre.
Reconócete así como eres
y a ceptate a tí, que eres tú.
Vencido, derrotado,
tú, el que siempre fuiste.

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