miércoles, 2 de julio de 2008

Cuando te dirijes a la cama, ya sabe la alcoba de los cauces silenciosos que han de cartografiarte el rostro.
Otra vez el llanto intentando lavar el dolor incrustado en la raíz del pensamiento.
Un dolor que inútilmente te niegas.
Como si en la negación se hallase el remedio milagroso que habría de sanarte.
Eres ahora, un amasijo de sentidos magullados que duelen hasta donde alcanza la mirada.
Por doler, te duele hasta la sonrisa.
Semejas un perro abandonado, que se asusta ante el simple amago de caricia.
Me gustaría acercarme y restañar tu dolor con caricias de espuma.
Mimarte hasta que una marea de luz te invada el cuerpo desde dentro.
Dormirte en la cóncava caricia del abrazo, para despertarte con el templado río de los besos.
Extenderte caricias sobre el alma, hasta el armónico acompasamiento de tus signos vitales.
Ofrecerte un desayuno de luz entre sábanas, porque tu te lo mereces, princesa.

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