domingo, 25 de mayo de 2008





Hay quien amontona huesos grises
en el corazón de la noche.
Descarnados y ausentes de sangre.
Y bebe los lodos que brotan
por la esquina maloliente
de un alma mortalmente herida.
Situado en el centro
de ninguna parte,
cada avenida, camino,
cada senda que recorre,
finaliza en la nada absoluta.
En esa gélida oscuridad
que envuelve el ser hasta el fin.
A veces, de cuando en cuando,
fugaces puntitos de luz
abren mínimas ventanas
tras la línea del espejismo.
Inexistentes islas
salpicando el océano de la utopía.
Inútil sueño en el que florece el sol
sobre los campos desérticos
llenando el espacio del parpadeo.
Luego, bandadas de cuervos
se alimentan con los ojos
aún cálidos de lo acontecido.
Mientras, en un suelo estéril,
una sombra va arrancando
de los metálicos tallos retorcidos,
rosas negras para sobrevivir.

1 comentario:

Julio Obeso González dijo...

Me gusta cuando te pones gótico y oscuro. La verdad, Armando es que tienes un mundo interior capaz de atraernos, a las polillas, con fuerza.
Voy a volar un poco por ahí.
Julio