Cuando la tarde se precipita
sobre las alargadas esquinas del día,
retorno al seguro refugio de la soledad.
Al silencio entrañable
de este útero sin ventanas.
A la paz tan frágil que me resta.
Me aquieto en el vacío,
hasta dormirme sobre este lecho
de quebradas esperanzas.
Despojado de las opacas ropas,
desnudo yazgo ante mi.
Y me reconozco.
miércoles, 27 de febrero de 2008
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