jueves, 17 de abril de 2008

Viajero de albas envejecidos al sol del desayuno,
camino hacia el abierto campo de tus ojos.
Transito la bruñida superficie de tu existencia
desde el afán del hallazgo,
hasta descubrir en ti la onda expansiva de lo armónico.
Como un rayo de sol viajando alrededor de este planeta
en brazos de una bruma azul.
Y deposito pasos de vagabundo
sobre la seda irrepetible de tu voz.
Pero es la celeste azuledad
de ese alma sin paredes,
la que me llena de vida los sentidos.
El abrazo de tu dicha
elevándose como un aroma azul
que empaña los alientos
hasta posibilitar su percepción.
Aroma tan azul como un cielo sin nubes
bajo el que te cobijas.
Azul, porque en la inexistente materialidad del horizonte,
se funden los azules de techo y lecho
en mística comunión ante la línea de tus ojos.
Azul porque la unidad de las gotas
de agua en el mar.
Azul si observamos,
el halo en torno a la falsa blancura de la nieve.
Azul aroma si dejamos que el pincel de lo posible
nos azulezca el olfato.
Aroma azul porque queremos olernos en azul
antes que anochezca el corazón
y oler deje de parecerse
a pintar colores
para rellenar el vacío de no tenernos.

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