Al norte de la luz habito
el borde finísimo
de un sueño anochecido.
Recojo restos de caracolas
y jirones de voz
llegados de muy lejos.
En las petrificadas retinas
congelados instantes
ajándose lentamente
entre espigas y olivos.
El iceberg de una sonrisa
transitando un océano
de piedras milenarias.
Su oleaje rompiendo
en las abruptas costas del silencio.
Mi llamada, hiedra tenaz
abrazando las espinas
aguzadas de la ausencia.
Y un vacío aterrador
desprendiéndoseme
por los ojos desde el alma.
miércoles, 27 de febrero de 2008
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